D1) Contexto
histórico-cultural y filosófico
1) Durante el s. XVII se consolidan los grandes
cambios que inaugura la Edad Moderna. Pero lo harán en un escenario
de luchas político-religiosas, persecuciones, pestes y guerras civiles, que
marcarán el siglo como una época de angustia y crisis, algo que reflejará
vivamente el arte Barroco: sus
características sombrías y pesimistas, su obsesión por la muerte, lo ilusorio
de las aspiraciones humanas y la evanescencia de la vida, su carácter de ensueño o irrealidad (Shakespeare, Calderón, Pascal, Velázquez, Bach, etc).
La
Reforma protestante del siglo XVI había roto la unidad religiosa europea,
marcando la creciente brecha entre la Europa
tradicional católica y el incipiente capitalismo
centroeuropeo que acabó rentabilizando las riquezas del nuevo continente,
mientras que el efímero imperio español empezaba una larga decadencia y atraso.
La respuesta de la Iglesia católica
fue la Contrarreforma con una
defensa numantina de la doctrina medieval, y con la Inquisición como arma de control social y represión contra la
libertad de pensamiento. A partir de 1618
se inicia la Guerra de los Treinta años:
lo que empieza como guerra de religión conlleva de fondo luchas políticas entre
casas reales que definirán el tenso equilibrio de poder en Europa. La Paz de Westfalia se firma en 1648 y descansa sobre un principio de tolerancia religiosa mutua. España y Alemania saldrán
debilitadas, Francia e Inglaterra reforzadas.
El
siglo XVII políticamente será el siglo de las monarquías absolutas, cuyo paradigma será el Rey Sol francés, Luis XIV,
que identifica su persona con el propio Estado, subordinando a su mandato el
resto de poderes. Pero la burguesía ilustrada se irá oponiendo
progresivamente a este poder absoluto propagando sus tesis liberales (defensa de libertades, demandas de derechos y participación
política), siendo el empirista Locke el representante más conspicuo del s XVII. El propio Spinoza
representa ya un caso de atrevida disidencia en sus ideas
políticas contra el orden de la violencia absolutista. Algo que evolucionará
hacia el Absolutismo ilustrado en el
S.XVIII de la Ilustración, y al fin
en la Revolución burguesa en Francia de 1789 que acabará
con el viejo orden estamental (Nobleza-Clero-Pueblo).
El
humanismo renacentista y su importancia del individuo, el trabajo de la imprenta para difundir obras e ideas nuevas, filosóficas y
científicas, propagarán la nueva cultura de los Galileo, Kepler, Boyle, etc. hasta llegar a la Royal Society de Newton, y también la filosofía de los Spinoza, Descartes, Hobbes o Leibniz, frente a las viejas Universidades
controladas por la Iglesia y aún
anquilosadas en la tradición aristotélica
y medieval. En efecto, se irá
derrumbando la visión aristotélica del
mundo desde los diversos frentes –Galileo derribará su Física, Descartes desplazará su Filosofía
ambas por obsoletas-. En la incipiente era
industrial y de la Revolución de la
Ciencia Moderna el Universo, que los griegos entendían como un sistema orgánico, pasará ahora a leerse
como una maquinaria determinista y
calculable.
2) Para el Racionalismo
moderno el conocimiento matemático
sigue constituyendo el paradigma o modelo
de conocimiento racional, respecto al cual referenciarse cualquier saber
que se pretenda riguroso. Pero ahora no se trata solo del saber geométrico griego sino también del análisis y el álgebra modernos, a cuyo
lenguaje analítico el propio Descartes tradujo la geometría con el desarrollo
de su sistema de ejes cartesianos, y
que se integra como herramienta básica de la revolución científica coronada por
la Física de Galileo, Kepler y Newton.
La cuestión
del método (=camino organizado y
riguroso) para acceder a la verdad adopta un protagonismo no solo instrumental
sino sustancial en la filosofía de
estos autores, como lo había sido para Platón. Spinoza escribe su monumental Etica
“demonstrata more geométrico”, a la
manera de la Geometría de Euclides: partiendo de un puñado de
definiciones y principios deduce
rigurosamente el resto de verdades filosóficas (como en los Elementos de Euclides a partir de los axiomas se deriva deductivamente el conjunto de teoremas).
En general, lo común a estos racionalistas modernos es la convicción de que el edificio del conocimiento puede derivarse de
unos pocos principios universales y autoevidentes
(su verdad no depende de verdades previas sino que emana y se sustenta en ellos
mismos). Así el racionalismo moderno prolonga del racionalismo griego la confianza metafísica en el carácter
inteligible de la realidad: lo cual permite conocerla, captarla en profundidad
mediante el uso de la Razón.
Galileo
afirmará que el universo está escrito en
lenguaje matemático y que conocerlo es conocer la Mente divina, con la que compartimos innatamente tal capacidad. El mismo innatismo de estos filósofos
racionalistas. Este pitagorismo
moderno establece que las propiedades primarias
y objetivas de las cosas son de
carácter matemático, y el resto de cualidades sensibles son secundarias y subjetivas. La metáfora del Dios-Ingeniero/Universo-Maquinaria resume la potente
influencia en las nuevas ideas de aquellos ingenieros
renacentistas como Leonardo, que
habían diseñado y mejorado transporte y maquinaria de guerra para los príncipes
expansionistas, la base tecnológica para la posterior colonización europea del mundo.
Leibniz, como Descartes
gran matemático además de filósofo, desarrolla el cálculo diferencial en paralelo al de la Mecánica de Newton (conservándose hoy su notación)
y como buen racionalista sueña con un lenguaje
lógico universal que permita dirimir los debates de manera mecánica y deductiva (no discutamos
señor: calculemos), lo que le convierte en precursor de la lógica moderna y la inteligencia artificial.
Habrá
que esperar al siglo XVIII para que el tradicional empirismo anglosajón, que venía ya desde el Medievo y renace con Locke en este S. XVII, logre eclipsar
y oponer un sistema de pensamiento escéptico
respecto al racionalismo totalizador
de estos sistemas filosóficos, desde una mentalidad empírica y práctica basada en las
ciencias naturales y sociales, e industrias y tecnologías que pondrán las bases
de la Revolución industrial británica y su supremacía colonial-imperial: una actitud antimetafísica y tecnófila que imitarán los ilustrados
franceses de la Enciclopedia.
2. Desarrollo teórico Descartes
(Discurso del Método II y IV) O-Ontología E- Epistemología;
E-) Descartes
parte de una concepción unitaria de la Razón y establece la unidad de Razón y método.
Aquella revolución científica del S.XVII prorrumpe en una creciente
diversificación de múltiples ciencias particulares pero la Razón es única y troncal: la misma y común para todos los hombres y ramas del
conocimiento (por definición, dice Descartes, el sentido común es el más repartido de los
sentidos o facultades). Por tanto resulta ineludible conocer su estructura y funcionamiento. Quien esté interesado en el desarrollo racional debe entregarse al
análisis filosófico antes que a cualquier ciencia particular, afirma
Descartes.
En sus Reglas para la dirección del espíritu establece las bases de este análisis. El
conocimiento racional parte siempre de la intuición:
la captación inmediata de las naturalezas u objetos simples inherentes a la
Razón, los inmediatamente derivados
de la propia luz natural de la Razón. Las
ideas más básicas y universales, incluso constitutivas de la Razón misma.
Descartes afirma que se distinguen por su claridad
(su captación nítida) y distinción (su
diferenciación lógica sin mezcla de otras ideas). A partir de estas intuiciones
autoevidentes la Razón opera por deducción -en largas cadenas de intuiciones conectadas
lógicamente- hacia los conceptos más complejos en una suerte de Mecánica mental con sus propias leyes,
análoga a la del Universo mecánico en
que los átomos simples componen estructuras complejas siguiendo leyes físicas.
El dinamismo interno del conocimiento recorre así la escala simplicidad-complejidad en ambos
sentidos: mediante el Análisis
alcanza primero lo más simple y general desmenuzando lo complejo; y
luego desde ahí reconstruye deductivamente lo complejo ya depurado, mediante la
Síntesis.
Descartes en efecto adapta
para la filosofía el viejo método de los geómetras del análisis-composición. En la parte II del Discurso del método Descartes vuelve a incluirlas entre las cuatro reglas del método: Primera la exigencia de evidencia, el cuestionamiento
y depuración de aquellas ideas confusas o dudosas: he aquí el escepticismo metódico. Segunda regla, el Análisis. Tercera, la Síntesis. Y por último, como cuarta regla el recuento o repaso de los pasos previos para garantizar la ausencia
de errores. (Procedimientos metodológicamente inspirados en la Lógica y el Análisis
matemático, ciencias de las que Descartes afirma en esta parte II o que adolecen de conducirnos siempre a resultados ya conocidos,
o que nos pierden en la abstracción simbólica, mientras que ahora se enfoca
con un afán filosóficamente constructivo).
O-, E-) En la parte IV del Discurso del Método, Descartes resume el proceder de la Duda metódica en busca de una certeza incuestionable. Se trata de poner en cuestión todos los saberes heredados por tradición, someter individualmente toda opinión al tribunal de la Razón –como suscribirá Kant- lo que convierte a Descartes en el símbolo inaugural y referente del libre examen racional para la posterior Ilustración librepensante del siglo XVIII. En todo caso el objetivo de tal escepticismo es metódico y meramente instrumental: obtener por eliminación una idea que resista a cualquier sombra de duda, un conocimiento indudable.
Descartes
comienza dudando del testimonio de los
sentidos: todo cuanto percibimos podría ser un ilusorio delirio de mi mente, o un sueño vívido del que aún no
despertamos –una idea muy del Barroco-. Descartes afianza así la vieja desconfianza racionalista sobre los sentidos. Más radicalmente aún,
cuestiona incluso la evidencia de las
verdades matemáticas postulando la posibilidad hipotética de un genio maligno que nos engañara al
respecto. Llegado a ese punto de escepticismo radical, entonces Descartes se percata de que en este fingimiento de inexistencia de
todo queda un poso del que no cabe dudar: la existencia del sujeto que piensa, duda o finge todo eso. Existe en tanto que pensante. No se
puede lógicamente dudar de estar dudando, dudar de existir mientras se piensa o
duda. El célebre cogito ergo sum (pienso luego existo), de inspiración agustiniana, se
convierte en esa piedra angular desde la que edificar el resto de verdades,
además de servir de prototipo de idea clara y distinta con que
compararse el resto.
Pero seguimos sin tener certeza de la existencia de un
mundo material externo a mi mente, incluido mi cuerpo, o de la existencia de
otras conciencias. Para escapar del solipsismo
(solo existo yo y el resto son productos de mi mente) Descartes trata
de demostrar la evidencia de la
existencia de Dios, que anuncia tan primitiva e inmediata como la del sujeto que piensa. Para ello empleará varias vías. La idea de Dios implica una realidad infinita, luego no puede haber
sido generada por mi mente finita, sino que su origen debe residir en una causa infinita: solo Dios puede haber
inoculado la idea de sí mismo en nuestras mentes. Descartes incide además en la convicción neoplatónica de que lo imperfecto y finito se define por negación, ausencia o recorte en nuestras mentes de esa idea de perfección o infinitud. Otro argumento clásico que
emplea es el argumento ontológico del medieval Anselmo –si
Dios es lo más perfecto que puedo concebir, debo concebirlo como existente por
definición: negar su existencia sería contradictorio- en el cual se pretende deducir la existencia a partir de la
esencia o definición de Dios.
Una tentación idealista,
según estamos viendo, que resulta muy afín al racionalismo metafísico:
lo hará Spinoza deduciendo toda existencia a partir de la definición de sustancia infinita y cabe remontarlo a Agustín y los neoplatónicos. Igualmente Descartes distingue entre res infinita (Dios) en cuya bondad cabe confiar para asumir la
existencia de un mundo material externo obra suya, y la sustancia o res finita derivada de ella, que el dualismo cartesiano diversifica en dos: la res cogitans (sustancia mental o pensante) y res extensa (sustancia material extendida en el espacio, ese espacio geométricamente
uniforme en un universo mecanicista y calculable matemáticamente). El problema
de este dualismo cuerpo-mente será cómo conectar
pensamientos con acciones corporales: la hipótesis cartesiana será que la glándula
pineal del cerebro hace de interfaz
entre pensamiento y materia.
E-, O-) En resumen, el punto de partida de Descartes radica en el análisis de los ingredientes y procesos racionales, desde los cuales y solo desde ellos acceder fiablemente a la estructura de lo real: aspira pues a la verdad ontológica desde la sólida base del análisis epistemológico. En dicho análisis vemos cómo ya se perfila tácitamente el innatismo: existen verdades inherentes y connaturales a la Razón misma, previas a toda experiencia y que son el suelo sólido sobre el que edificar el conocimiento, algo que terminará de justificar su Discurso del Método.
Podemos
comprobar además en Descartes el inaugural giro
subjetivista moderno frente al objetivismo
ontológico de los antiguos: el análisis filosófico trabaja ahora en torno a las estructuras
de conocimiento del sujeto pensante,
en lugar de partir de las propiedades
objetivas de la cosa conocida. Las ideas
designan a partir de la Modernidad contenidos
mentales y no realidades independientes de nuestro pensar: para Descartes
poseen objetividad en tanto que
portan un contenido representativo, al
tiempo que conllevan una dimensión subjetiva
ineludible como meras realidades
mentales del sujeto. Distinguirá, junto con las ideas innatas, entre adventicias
(las que advienen de los sentidos) y facticias
(fabricadas por combinación artificial de otras previas).
Entre las ideas innatas, las racionalmente
fundamentales, Descartes incardina su
propia existencia pensante y la existencia de Dios que hemos visto
que se seguirían de la propia luz racional. Y para las realidades materiales y mentales el
papel de fundamentos lo cumplen las ideas de espacio y tiempo -cualidades
matemáticas o primarias que nos
quedan después de eliminar el aspecto secundario,
sensitivo de las cosas- que serán precisamente los a priori perceptivos para Kant.
Así como los conceptos de materia y
movimiento serán los ejes básicos, según Descartes, para explicar
físicamente ese universo material y mecánico.
D-3. Desarrollo de otro autor relacionado.
Para esta parte se puede incluir a Platón (P-2 Resumen teoría) como autor afín, o implementar la crítica de Nietzsche (N-2) o la de Ortega (O-2) a las tesis de los racionalistas metafísicos
D-4. Vigencia ideas de
Descartes
Einstein,
remarcando su vena filosóficamente racionalista, afirmaba que lo realmente incomprensible del universo es
que se deje comprender, que vivamos en un universo comprensible o inteligible.
Es decir, reducible a un fundamento racional expresable en leyes y ecuaciones. Comprimible su información esencial en un puñado de ideas físico-matemáticas. El
cosmólogo Martin Rees escribía hace unos años que solo se necesitan seis
números o valores para la receta de construcción de un universo, y de
determinado equilibrio entre estos números depende que ese universo pueda
desarrollar materia, vida y eventualmente observadores inteligentes en su seno.
Todo
ello sigue siendo una manifestación contemporánea del optimismo racionalista: podemos
entender las entrañas de lo real porque lo real es inteligible y nuestro
entendimiento procede de dicha inteligibilidad.
Por otro lado, tenemos la afirmación racionalista de que la experiencia humana suele moverse entre sombras, falsas percepciones, opiniones y prejuicios que mantienen a los hombres en una burbuja de irrealidad, o de realidad falseada, artificial y prestada.
En su vertiente ontológica esta idea ha tenido repercusiones contemporáneas tanto en la propia especulación filosófico-científica actual como en el cómic futurista y sus versiones cinematográficas. Matrix representa el símbolo de todo un elenco de películas posteriores que juegan con la idea barroca de vivir en una simulación, o quizás en un sueño más o menos organizado. ¿Podríamos vivir en una simulación virtual, hecha de información? ¿Podríamos llegar a saber desde dentro de la simulación que vivimos en una simulación? ¿Y cómo? Tales cuestiones reverberan especulativamente en las últimas décadas de esta incipiente era de la información, promovida por la revolución tecnológica de la informática y las redes. Que, por cierto, tiende a perpetuar el viejo dualismo racionalista en la actual oposición hardware-software (formato material-información).
Chomsky prolonga en la segunda mitad del s. XX, además de una convicción dualista cartesiana, la rama lingüística del innatismo con su revolucionaria gramática generativa, que presupone una base de universales y estructuras lingüísticas común a todas las lenguas humanas, algo que la neurociencia apoyará décadas después. La misma neurociencia que estudia seriamente hoy la posibilidad de que la idea de Dios sea innata pero que le replica a Descartes la idea de la unidad cerebral del yo: nuestro cerebro es modular, y nuestro yo deja de consistir en un puesto central de control y se convierte ahora en un precipitado de diversos módulos y herramientas cerebrales negociando colectivamente (Damasio: El error de Descartes).
Filosóficamente, será Husserl el que reavive el cartesianismo filosófico en el primer tercio del s. XX en sus Meditaciones cartesianas, con su Fenomenología: el camino hacia la verdad desde la actitud introspectiva de la conciencia sobre sí misma, buceando en las sucesivas capas del fenómeno en busca de las estructuras esenciales o eidéticas constitutivas de lo real (que es siempre una realidad para mi conciencia). La fenomenología jugará una honda influencia posterior tanto en los existencialistas como en el primer Ortega.
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