1.
Contexto
histórico-cultural y filosófico
1). Platón nace en el 427 a.C, en el esplendor
cultural y político de la Atenas democrática legada por Pericles,
momento álgido de la Ilustración griega. Se había reconstruido la Acrópolis destrozada por los persas y
se levanta el Partenón; los grandes
autores Sófocles o Eurípides escriben sus tragedias, Fidias modela sus esculturas y emergen
los primeros grandes historiadores de tendencia científica (Herodoto, Tucídides).
El S. V
a.C. comenzó con las Guerras Médicas
en que los griegos lograron vencer a los persas. Atenas lideró al resto de polis (ciudades-estado) y este éxito
terminó de dotar al mundo griego de una conciencia de identidad cultural y
política. Cincuenta
años después, el expansionismo ateniense topa con la rivalidad de la
militarista Esparta y Platón vive los primeros 22 años de su vida en una Atenas
inmersa en la Guerra del Peloponeso,
en la que resultará finalmente derrotada iniciándose su imparable
decadencia. Esparta le impondrá a Atenas un régimen
aristocrático, el gobierno de los Treinta
Tiranos al que pertenecieron varios miembros de la familia nobiliaria de
Platón, aboliendo la anterior democracia.
A los
veinte años el Platón educado aristocráticamente conoce a Sócrates, un plebeyo
de gran ascendente moral e influencia crítica sobre la juventud noble, por el
que se encaminará hacia la filosofía e incluso abandonará drásticamente la poesía
(hasta el punto de que para su República
Ideal Platón propondrá años más tarde la expulsión de poetas, por los
efectos distorsionantes del arte sobre los afectos humanos frente a la rectitud
racional y moral que regiría dicha sociedad gobernada por filósofos).
Un nuevo
régimen democrático, degenerado en demagogia
(tal y como lo catalogará el discípulo platónico Aristóteles
en su teoría política) condena a
muerte injustamente a Sócrates en el 399 a.C, a quien Platón hacía decir en sus
Diálogos que “es mejor sufrir injusticia que cometerla”. Esto marcará
definitivamente en Platón su rechazo a la práctica política en Atenas y su desconfianza hacia la democracia, que
cristalizará en su libro La República.
Platón
visita el sur de Italia y entra en contacto con el pitagorismo, que resultará crucial en el fundamento ontológico (Teoría del ser, de la
realidad) y epistemológico (Teoría
del Conocimiento) de la filosofía platónica. No en vano, en la entrada de su Academia, que fundará en su regreso a
Atenas, el letrero reza: Que no entre
aquí quien no sepa geometría. Antes Platón
intenta en un primer viaje a Siracusa que el tirano Dionisio I lleve a la práctica su República ideal con resultado
catastrófico: acaba vendido como esclavo. Volverá dos veces más, al final
tratando de influir sobre su hijo Dionisio
II con resultados similares. Los últimos años los dedica a escribir y
dirigir la Academia, pesimista y cuestionándose críticamente algunas de sus
teorías previas.
2). El contexto
filosófico de la Atenas de Platón viene definido por el giro humanista que supuso la aparición
de los sofistas, expertos asalariados
en marketing político y formación de las elites, los cuales florecen en la democracia ateniense, y el propio Sócrates que se diferenciaba del relativismo y subjetivismo de estos por su confianza en la lógica para aspirar al conocimiento objetivo de los
conceptos ético-políticos como bien,
justicia, virtud, educación, etc.
Todos ellos
abandonaban las pretensiones de los filósofos anteriores de conocer las leyes (logos o lógica interna) de la physis
(naturaleza) –la vocación cosmológica de los presocráticos- para volcarse en el nomos (leyes sociales, convencionales), es decir, sobre cuestiones
humanísticas de índole social y política.
En sus primeros Diálogos (Apología de
Sócrates, Protágoras) Platón continuará esta vertiente socrática
y combatirá la retórica de los sofistas como falso saber de las apariencias, que renuncia escépticamente al conocimiento verdadero de los conceptos
éticos y políticos.
En sus Diálogos de transición Platón inicia la forja de su Teoría de las Ideas, con claras
reminiscencias pitagóricas y órficas –innatismo,
reminiscencia, inmortalidad del alma- donde destacan el Menón, Gorgias o Crátilo. Y ya en los Diálogos de madurez, la preeminencia de
Sócrates decae y su figura tiende a recibir lecciones o a platonizarse en sus tesis (El
banquete, Fedón, La República, Fedro)
Al fin, sus
últimos Diálogos representan una fase de autocrítica sobre sus teorías e
ideas previas: el propio Parménides
aparece como personaje en un Diálogo que lleva su nombre para cuestionarse la pluralidad de las Ideas como paradójica en sí misma, multiplicable ad infinitum
–autocrítica que refrendará su discípulo Aristóteles- y en esta fase final expresa su desilusión
sobre su ideal de Estado (El sofista,
El Político, Las Leyes), además de entregarse
a desarrollar teorías cosmológicas de tipo pitagórico (Timeo).
En
conclusión, la filosofía de Platón, rica en temas y recursos literarios, y en
ambigüedades, recorrida por la argumentación
lógica lo mismo que de mitos y
alegorías (habitualmente de origen y resonancias mistérico-religiosas),
cristaliza y sintetiza las dos grandes vías del pensamiento griego: 1) por un
lado, las ambiciones metafísicas de
corte racionalista de los primeros pensadores presocráticos –en especial Parménides
y Pitágoras, de los que se desprende el idealismo
y racionalismo platónico: la
oposición entre el carácter racional e
inteligible del ser frente a las
apariencias engañosas de los
sentidos; y 2) por el otro, la vertiente
Ético-política de Sócrates y sofistas: con
Sócrates y Platón la lógica ingresa
definitivamente en el corazón del pensamiento Ético-político (MacIntyre).
Platón se erige así para la tradición occidental en el padre del Racionalismo y el Idealismo filosófico.
Platón se erige así para la tradición occidental en el padre del Racionalismo y el Idealismo filosófico.
2. Resumen de la teoría de Platón encarnada en el mito
de la caverna
O-Ontología E- Epistemología;
O-Ontología E- Epistemología;
O-) El eje
central de la ontología griega, común a las escuelas presocráticas, es la búsqueda de un fundamento estable y
permanente bajo el velo múltiple y cambiante de los fenómenos. Por
definición lo permanente es más real que lo efímero y cambiante. Sea un principio
(arjé) de carácter material; sea el Ser único y substante, eterno e
inmutable, pero fragmentado y distorsionado en plurales apariencias (Parménides); sea la arquitectura matemática que organiza los procesos (Pitágoras) o incluso el logos de Heráclito armonizando la
tensión de contrarios que espolea el acontecer natural. En efecto, el teorema de Pitágoras es perenne y
conserva su identidad lógica en el transcurso del tiempo, que sin embargo ha
ido reduciendo a cenizas las distintas culturas e imperios que lo usaron en sus
cálculos constructivos. Igualmente una interpretación de Mozart, un rostro, poema, acción o paisaje bellos reflejan transitoriamente una Belleza eterna, pero rápidamente se desvanecen en el tiempo ("la imagen móvil de la eternidad", dirá Platón). Esto demostraría la consistencia ontológica de las
realidades universales, sean morales, estéticas, lógicas o matemáticas, frente a la existencia derivada, su irrealidad
e inconsistencia por sí mismos, de los fenómenos cambiantes que perciben
nuestros sentidos.
Aquí radica
el punto de arranque de la Teoría de las
Ideas de Platón. En esta misma línea filosófica, Platón distinguirá entre
el Mundo sensible, el de las
realidades accesibles a través los sentidos, transitorias e inestables, frente al
Mundo inteligible, el de las
entidades tan solo accesibles mediante la razón (como las estructuras
matemáticas, o el inalcanzable modelo ideal de perfección sea el del Bien o la Belleza): el Mundo de las Ideas. La ontología platónica es por
tanto dualista.
O-) Las Ideas, arquetipos a los que Platón llama igualmente Formas, Esencias, Especies o Paradigmas entre otras, no se limitan a meras abstracciones -rasgos universales compartidos por una pluralidad de individuos de la misma especie o naturaleza- sino que suponen la realidad en sí misma: de hecho se trata de la realidad original que sirve de molde a cualesquiera otras. A esta posición platónica la escolástica medieval la denominó durante siglos Realismo de los Universales: la idea de Humanidad o de Belleza es real por sí misma y preexiste a todo individuo humano o toda cosa bella, los cuales derivan su realidad concreta precisamente de tales realidades universales primordiales. Hoy hablamos de Idealismo objetivo: la realidad es de carácter inteligible y racional, está construida de ideas o información –Idealismo- y tales Ideas son entidades reales y objetivas. De carácter inmutable, permanentes y eternas, ontológicamente plenas y lógicamente idénticas a sí mismas: las características del Ser según Parménides.
El problema radicará en establecer la relación entre Universal y concreto, entre la Idea y sus diversas materializaciones aparienciales. Platón empleará diversos expedientes, destacando la imitación (mímesis) -la materia de la cosa concreta imita a la Idea, las cosas son torpes copias que representan el modelo común- o la de la participación –las cosas bellas lo son porque participan parcialmente de la Belleza-. En otro mito platónico, un dios demiurgo habría sido el encargado de dotar de forma a la materia informe conforme al orden ideal, una aspiración perpetua que la naturaleza residual e imperfecta de la materia siempre frustra.
En sus últimos Diálogos Platón desarrollará una investigación sobre los géneros supremos como Ser/No-Ser, Identidad/Diferencia, Permanencia/Cambio que darían cuenta del recorrido dialéctico descendente desde lo universal a los concretos, investigación que proseguirá y afinará su discípulo Aristóteles. De aquí y de la relación de las Ideas entre sí surgirán los problemas lógicos que destacarán la última autocrítica platónica como la crítica del propio Aristóteles.
O-, E-) En el mito de la caverna del Diálogo La República Platón logra cifrar y condensar en una alegoría la estrecha conexión necesaria entre los grados de realidad y los tipos de conocimiento correspondientes. Conocimiento que en Platón no se limita a representar tales realidades sino que significa fases del espíritu conforme a diversos paisajes objetivos, de menor realidad a mayor realidad según ascendemos en el grado de abstracción desde lo concreto a lo general, y la fusión total de alma y objeto de conocimiento.
Así del grado de realidad más bajo y derivado –copia de la copia, la imagen del caballo en lugar del caballo- se ocupa la imaginación (eikasía), que explora el terreno de las fantasmáticas representaciones o copias de lo sensible (a su vez reflejo de la Idea). De los objetos materiales, foco de nuestras imágenes a la luz del sol literal: la hoguera en el mito, se encarga el segundo grado de saber sensible: la creencia (pistis).
Ambas conforman el saber de lo sensible y aparente: la doxa (un saber hecho de meras opiniones). En el mito de la caverna lo constituyen las sombras en la pared, que lo son de figuras de madera, es decir los objetos materiales (materia y madera tienen la misma raíz en griego) que a su vez se limitan a representar, reflejar la verdadera realidad.
Los porteadores de las estatuas le ponen voz y significado aparentes a las sombras empíricas de la cueva, cuando en realidad sus palabras refieren siempre a las realidades externas.
Frente a esta doxa mayoritaria basada en el mero saber empírico respecto a sombras -los seres sensibles, concretos- está la episteme (conocimiento cierto y objetivo de los universales) que se especializa en dos escalones sucesivos: el pensamiento lógico-discursivo (dianoia) que recorre el paraje de las realidades y verdades matemáticas eternas, el reino de lo lógico y cuantitativo en la base de la pirámide de las Ideas: los reflejos de la realidad en el agua o a la tenue luz de la luna. Y al fin el pensamiento dialéctico mediante el que se asciende a la contemplación directa, la intuición (noesis) de los objetos exteriores, las Ideas cualitativas como Belleza o Justicia: un eventual hospedaje en lo eterno antes de volver a caer desde la abstracción en la prisión material y temporal del confuso cuerpo (el regreso a la caverna).
Es obvia la carga místico-meditativa camino de la iluminación de esta concepción platónica, que redunda en su teoría de la inmortalidad del alma racional. Se trata del dualismo alma-cuerpo aparejado al dualismo ontológico, donde lo material y sensible introduce siempre el lastre de irracionalidad: las partes mortales, volitiva y apetitiva, ligadas al cuerpo, del alma tripartita. Misticismo que llega hasta la rueda hindú de las reencarnaciones.
Así es que la dialéctica de las preguntas-respuestas-contradicciones de Sócrates para aproximarse a la verdad por depuración lógica, adquiere ahora en Platón tintes místicos, que él mismo definirá en el Banquete como de ascensión erótica hacia el conocimiento. No solo un recorrido de doble sentido en la abstracción –ascendente o descendente- sino un ejercicio de elevación y depuración espiritual hacia lo divino.
Así pues el mito narra cómo las realidades auténticas –las Ideas- se hacen visibles a
los ojos adiestrados del filósofo o el educado tras mucho esfuerzo por hacerse
a la luz del sol externo, tras la penumbra de la mayoría encadenada a sombras confusas. De hecho la raíz
etimológica de Idea enlaza con el ver claro y la visibilidad –iluminarse un problema, arrojar luz, desvelar, tener
una visión- e incluso teoría en griego
proviene del verbo ver. El sol representa la Idea de Bien, la inteligibilidad suma que dota de sentido al resto de Ideas
como el sol hace visibles a las cosas. La realidad de realidades que conjuga a
la vez la trinidad Verdad-Belleza-Bien
moral.
En claro homenaje a la muerte de Sócrates (o incluso a su propia experiencia en Siracusa) el personaje del mito corre el peligro de resultar muerto por tratar de abrir los ojos a la realidad a sus ciegos compañeros.
En claro homenaje a la muerte de Sócrates (o incluso a su propia experiencia en Siracusa) el personaje del mito corre el peligro de resultar muerto por tratar de abrir los ojos a la realidad a sus ciegos compañeros.
E-) En cuanto a su teoría del conocimiento, Platón y Aristóteles coincidirán en que todo conocimiento lo es de esencias o universales -tal y como lo son los conceptos del lenguaje humano-. Nunca lo es de entidades concretas, las cuales conocemos precisamente en virtud de los conceptos universales con que las definimos y delimitamos su ser.
El innatismo será el otro gran legado platónico para la posteridad racionalista. El esclavo iletrado sabe razonar matemáticamente a las preguntas de Sócrates porque nació sabiendo matemáticas. Un principio fundamental de todo racionalismo posterior: contamos con un bagaje innato, una arquitectura mental no adquirida por la experiencia, sino que más bien sirve para organizar y dotar de sentido esa experiencia. Las ideas innatas en Descartes, los a priori de Kant o la gramática universal cerebral en Chomsky.
Platón elabora su teoría de la anamnesis o reminiscencia: conocer es recordar. Si lo conocido obviamente ya no lo buscamos, y lo que buscamos es algo completamente desconocido ¿cómo lo re-conoceremos cuando lo encontremos?, plantea Menón. ¿No debemos poseer una noción previa de lo que buscamos? La respuesta del Sócrates platónico será que el alma inmortal, congénere o consustancial a las Ideas, ya conocía todas las verdades eternas, pero al caer a la vida material las olvidó y ahora se dedica a recuperarlas esforzadamente. ¿Cómo? El mito de este texto de la caverna nos ilumina: haciendo memoria de lo eterno, liberando el grano ideal de la paja sensible y engañosa de los sentidos, mediante la ascensión dialéctica hacia lo auténticamente real de las Ideas.
Nota sobre el texto
No olvidar
la discusión que precede a este célebre mito, enunciado por Sócrates a Glaucón, en este tramo del Diálogo.
El debate previo versa en torno a la educación (paideia) y su importancia
para la sociedad justa y armónica que pretende desgranar Platón en su República. De modo que con este mito
Platón, homenajeando dolidamente a su maestro Sócrates, parece incidir pesimista y elitistamente
en la diferencia quizás radical
entre los humanos-filósofos (Platón admite mujeres y esclavos, en esto es revolucionario), capaces de liberarse de las cadenas y aspirar a la verdad
plena y desnuda, frente a la mayoría encadenada. Resaltando la dificultad que supone al despierto ayudar a despertar
a los no educados en el ejercicio filosófico.
Que consiste en liberarse del engaño y mirar de pleno la auténtica verdad de lo real
(que en Platón coincide con la auténtica
realidad de la verdad).
En consecuencia cabe anticipar en este elitismo platónico que la educación deba dirigirse a detectar en cada individuo a qué estrato social debe pertenecer por naturaleza, para formarlo de la manera adecuada en cada caso.
Por otro lado, tenemos la afirmación racionalista de que la experiencia humana suele moverse entre sombras, falsas percepciones, opiniones y prejuicios que mantienen a los hombres en una burbuja de irrealidad, o de realidad falseada, artificial y prestada. Que desde luego posee una clara lectura política –el teatro de sombras que es la política- para el ciudadano de nuestras sociedades mediáticas, encadenado al bombardeo propagandístico y publicitario que respiramos como medioambiente, que impone ubicuamente interpretaciones, códigos, valores o patrones. Y mantiene a la ciudadanía alejada de las verdaderas cuestiones importantes. Este tipo de análisis lo vemos recuperado en el Orwell de 1984 o en el propio Chomsky (quien suele citar al filósofo norteamericano Dewey: la política son las sombras que arrojan los grandes negocios sobre la sociedad).
En su vertiente ontológica esta idea ha tenido repercusiones contemporáneas tanto en la propia especulación filosófico-científica actual como en el cómic futurista y sus versiones cinematográficas. Matrix representa el símbolo de todo un elenco de películas posteriores que juegan con la idea barroca de vivir en una simulación, o quizás en un sueño más o menos organizado. Paralelamente está la especulación de cosmólogos cuánticos como Wheeler, quien escribió hace unos años Its from bits (cosas hechas de bits). En un claro idealismo de corte actual, defiende que la realidad es de carácter informacional, resultado del procesamiento del enorme ordenador cuántico en que consiste nuestro universo. ¿Podríamos vivir en una simulación virtual, hecha de información? ¿Podríamos llegar a saber desde dentro de la simulación que vivimos en una simulación? ¿Y cómo? Tales cuestiones reverberan especulativamente en las últimas décadas de esta incipiente era de la información, promovida por la revolución tecnológica de la informática y las redes. Que, por cierto, tiende a perpetuar el viejo dualismo racionalista en la actual oposición hardware-software (formato material-información).
En consecuencia cabe anticipar en este elitismo platónico que la educación deba dirigirse a detectar en cada individuo a qué estrato social debe pertenecer por naturaleza, para formarlo de la manera adecuada en cada caso.
3. Comparativa
Podrán desarrollarse en este apartado tanto Descartes (D2-Teoría) en la línea racionalista, como contraponerlo a sus críticos como Nietzsche u Ortega (N2-Teoría, O2-Teoría)
4. Vigencia de las ideas
racionalistas e idealistas de Platón
Nota sobre esta parte del examen: El argumento que proponemos aquí para
la vigencia de las tesis de Platón, en buena parte es trasladable a la parte correspondiente
a la vigencia de las ideas de Descartes, en los puntos que comparten ambos como
exponentes del Racionalismo, antiguo o moderno. Simplemente para Descartes se añadirán
algunos aspectos de neurociencia respecto
a la cuestión del yo y al innatismo.
Einstein,
remarcando su vena filosóficamente racionalista, afirmaba que lo realmente incomprensible del universo es
que se deje comprender, que vivamos en un universo comprensible o inteligible.
Es decir, reducible a un fundamento racional expresable en leyes y ecuaciones. Comprimible
su información esencial en un puñado
de ideas físico-matemáticas. El cosmólogo Martin Rees escribía hace unos años
que solo se necesitan seis números o valores para la receta de construcción de
un universo, y de determinado equilibrio entre estos números depende que ese
universo pueda desarrollar materia, vida y eventualmente observadores
inteligentes en su seno. Algo que haría las delicias de Pitágoras y el propio Platón.
El matemático J. D. Barrow apela hoy al principio antrópico: de
nuestra existencia de seres inteligentes cabe deducir determinadas características de un universo
inteligible (aunque lo fuera parcialmente). Todo ello sigue siendo una
manifestación contemporánea del optimismo
racionalista: podemos entender las
entrañas de lo real porque lo real es inteligible y nuestro entendimiento
procede de dicha inteligibilidad.
El
platonismo sensu stricto se ha conservado intacto principalmente entre los matemáticos, como Frege, que suelen defender la realidad independiente y objetiva de entidades y estructuras matemáticas.
No cabe suponerlos meros productos de la mente humana. Gödel pretende en el siglo XX haber demostrado
con su famoso teorema de incompletud
que las verdades matemáticas no se dejan reducir al lenguaje simbólico con que las
expresamos, que jamás llega a agotar su realidad.
Por su parte Max Scheler reavivará en ese primer tercio del s. XX desde la fenomenología un cierto platonismo al defender la existencia independiente y objetiva de los valores morales.
Por su parte Max Scheler reavivará en ese primer tercio del s. XX desde la fenomenología un cierto platonismo al defender la existencia independiente y objetiva de los valores morales.
Por otro lado, tenemos la afirmación racionalista de que la experiencia humana suele moverse entre sombras, falsas percepciones, opiniones y prejuicios que mantienen a los hombres en una burbuja de irrealidad, o de realidad falseada, artificial y prestada. Que desde luego posee una clara lectura política –el teatro de sombras que es la política- para el ciudadano de nuestras sociedades mediáticas, encadenado al bombardeo propagandístico y publicitario que respiramos como medioambiente, que impone ubicuamente interpretaciones, códigos, valores o patrones. Y mantiene a la ciudadanía alejada de las verdaderas cuestiones importantes. Este tipo de análisis lo vemos recuperado en el Orwell de 1984 o en el propio Chomsky (quien suele citar al filósofo norteamericano Dewey: la política son las sombras que arrojan los grandes negocios sobre la sociedad).
En su vertiente ontológica esta idea ha tenido repercusiones contemporáneas tanto en la propia especulación filosófico-científica actual como en el cómic futurista y sus versiones cinematográficas. Matrix representa el símbolo de todo un elenco de películas posteriores que juegan con la idea barroca de vivir en una simulación, o quizás en un sueño más o menos organizado. Paralelamente está la especulación de cosmólogos cuánticos como Wheeler, quien escribió hace unos años Its from bits (cosas hechas de bits). En un claro idealismo de corte actual, defiende que la realidad es de carácter informacional, resultado del procesamiento del enorme ordenador cuántico en que consiste nuestro universo. ¿Podríamos vivir en una simulación virtual, hecha de información? ¿Podríamos llegar a saber desde dentro de la simulación que vivimos en una simulación? ¿Y cómo? Tales cuestiones reverberan especulativamente en las últimas décadas de esta incipiente era de la información, promovida por la revolución tecnológica de la informática y las redes. Que, por cierto, tiende a perpetuar el viejo dualismo racionalista en la actual oposición hardware-software (formato material-información).